martes
La luna roja
Había una vez un pequeño planeta muy triste y gris. Sus habitantes no lo habían cuidado, y aunque tenían todos los inventos y naves espaciales del mundo, habían tirado tantas basuras y suciedad en el campo, que lo contaminaron todo, y ya no quedaban ni plantas ni animales.
Un día, caminando por su planeta, un niño encontró una pequeña flor roja en una cueva. Estaba muy enferma, a punto de morir, así que con mucho cuidado la recogió con su tierra y empezó a buscar un lugar donde pudiera cuidarla. Buscó y buscó por todo el planeta, pero estaba tan contaminado que no podría sobrevivir en ningún lugar. Entonces miró al cielo y vio la luna, y pensó que aquel sería un buen lugar para cuidar la planta.
Así que el niño se puso su traje de astronauta, subió a una nave espacial, y huyó con la planta hasta la luna. Lejos de tanta suciedad, la flor creció con los cuidados del niño, que la visitaba todos los días. Y tanto y tan bien la cuidó, que poco después germinaron más flores, y esas flores dieron lugar a otras, y en poco tiempo la luna entera estaba cubierta de flores.
Por eso de vez en cuando, cuando las flores del niño se abren, durante algunos minutos la luna se tiñe de un rojo suave, y así nos recuerda que si no cuidamos la Tierra, llegará un día en que sólo haya flores en la luna.
A partir del texto responde las siguientes preguntas.
Responde:
¿Cuál es el tema del texto?
¿Cuáles son sus personajes?
¿Dónde sucede la historia?
¿Cómo era el planeta?
¿Quién acompañó al niño a llevar la flor?
¿Las flores permanecen siempre abiertas?
¿Qué sucede cuándo se abren?
Dibuja la luna cómo te imaginas.
El cerco azul
El
cerco azul.
Frente a mi casa hay un tupido cerco de enredaderas. Y todas las mañanas
amanece azul, como si un trozo de cielo, durante la noche, se hubiera
desmenuzado sobre él. Muy temprano, apenas me levanto, corro a abrir la ventana
de mi cuarto para mirar el hermoso cerco azul. Debe ocultar muchos nidos porque
son muchos los gorriones que entran, salen, y se agitan chillando entre el
verde laberinto de sus tallos. A veces los chicos del barrio arrancan puñados
de sus bellas flores y se las ponen en las gorras mugrientas. Es como si
llevaran penachos de cielo sobre la sucia cabeza. Pero las tiran en seguida.
Ayer vi que el lechero, al pasar, pegó al cerco con el látigo y la vereda quedó
cubierta de campanillas mutiladas. Yo sentí una indignación profunda ante ese inconsciente
y torpe acto de maldad. Creo que mirando ese cerco, ya tengo un diario motivo
de alegría para todo el verano. No sé por qué, me serena verlo tan lleno de
viva y sana belleza. Y creo que me da una constante lección de optimismo
floreciendo sin tasa, cubriéndose mañana a mañana con sus campanillas azules, a
pesar de la avidez inconstante de los muchachos del barrio y de la crueldad
torpe del lechero que, al pasar, le pega con el látigo.
Juana de
Ibarbourou
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Natalicio de Artigas
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