Leyenda del Parque Meireles
Leyenda del Parque Meireles.
La tumba del negro.
A principios del siglo XIX, la zona del arroyo Toledo disfrutaba una calma impensada en estos días, a pesar de que sus aguas, entre Montevideo y Canelones, siguen guardando cierto encanto rural. Por aquellos tiempos, al costado del arroyo, vivía un estanciero que se dedicaba al tráfico y comercio de esclavos llegados de África.
Los esclavos, mercancía legal en aquel tiempo, solían recorrer encadenados un largo trecho a la vera del arroyo, haciendo el camino entre dos haciendas. Durante el recorrido arduo, los negros caminaban bajo los rayos del sol y la mirada atenta de un capataz blanco, que solía someterlos a destratos de acuerdo a los cambios en su temperamento.
En uno de esos recorridos viajaba un esclavo que llevaba sobre su cuerpo más grilletes de los demás. Se trataba de un personaje particularmente rebelde, que había tenido problemas con sus patrones en más de una ocasión a causa de su naturaleza conflictiva. Durante uno de esos largos paseos , cuando la siniestra comitiva iba a la altura de lo que hoy es el kilómetro 6 del Camino del Andaluz, el capataz golpeó con violencia a una joven esclava que caminaba con excesiva lentitud para su gusto.
El negro, ciego de furia, no pudo tolerar el abuso: levantó sus cadenas y grilletes, se acercó por detrás a su patrón y lo estranguló con los propios hierros. Tras cometer el asesinato, el esclavo pudo ver en un pantallazo el futuro que lo esperaba: la tortura, el confinamiento y probablemente una muerte dolorosa. No lo pensó dos veces. Corrió hasta un promontorio de rocas altas, con los brazos y cadenas en alto, y se zambulló en un ojo de agua que se forma en esa parte del Arroyo Toledo.
Tanto sus compañeros como los empleados del estanciero esperaron ver resurgir su figura en la superficie del arroyo. El negro, quizá resistiéndose a una perspectiva de vida entre grilletes o por el propio peso de las cadenas- no volvió a salir a la superficie.
El curso del arroyo ha cambiado bastante en estos doscientos años, pero tanto las altas rocas como el ojo de agua siguen estando allí, desafiando el paso del tiempo. Hasta hace no tanto tiempo, los jóvenes más aventureros solían arrojarse desde el peñón hasta la superficie, jugando a sumergirse en lo más profundo.
Desde el siglo XIX, la leyenda narra que quienes se zambullen en las profundidades del arroyo logran ver una sombra humana. Si prestan suficiente atención, pueden oír el ruido amortiguado de unas cadenas, las mismas que la memoria de un hombre hace sonar desde hace casi doscientos años, como símbolo de una muerte liberadora y preferible mil veces a una vida entre cadenas.
Fuente: Leyendas Urbanas
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